miércoles, 15 de diciembre de 2021

CIUDAD OLVIDADA

Desde mi ventana del octavo piso observo la ciudad.

Mientras la luna desnuda terrazas, la calle se arrastra cubierta de pasos. Balcones olvidados, un zaguán, faroles viejos. Más acá de los extramuros, suspiros engendran los rincones. Y, densamente, melodías se escapan de una ventana, penetran túneles y acarician gargantas…

Rescato lo profundo, apunto a lo bello de la contemplación, amo las metáforas puestas con algún sentido. En ellas he pensado al repasar momentos de mi propia historia; ahora evoco uno de los más emotivos: recorría una calle a la hora en que los automóviles ya duermen. Me dirigía hacia el lugar en que la conocí, un salón de fiestas, allí trabajaba. Al consultar en la puerta de entrada me dijeron que no había venido. Otras dos noches, otras lunas, la misma calle, nada, no estaba… o no quería verme.

 

El número cuatro es perfecto, los elementos, la cruz del sur, las estaciones del año -dicen que es el signo de lo práctico y de la lealtad- no me importaba, decidí seguir yendo, loco por volver a estar frente a sus ojos.

En ese salón nos habíamos conocido, un relámpago entre las miradas. Sin llegar al sexo compartimos cafés y montón de anhelos, el deseo era mutuo, muy fuerte, fácil de advertir. Sin embargo a veces parecía alejada, con excusas insólitas y ausencias demasiadas. Me mordía los codos al no poder tocarla, ella instalaba sobre mis hombros un misterio más, entre los miles de misterios de la vida.

Así tenía el ánimo durante aquella cuarta caminata, demasiados días de no comunicarse conmigo. Al llegar mencioné su nombre, y me pidieron que espere. Se acercó a mí una flaquita con cuerpo de bailarina clásica, chau, pensé, esta me viene a cortar el rostro, ya se cansaron de verme. Hola, me dijo, ¿me buscabas, quién sos?

Así la conocí, por una coincidencia de nombres.

 

Fuego en el cielo

cuando lamo su centro.

Amor salado.

 

Detrás de lo que sale mal, siempre aguarda algo mejor.

Conocerla fue como besarle las manos al otoño. Su tibieza amable me dejaba -en el aliento de los atardeceres- una seña furtiva pero sin distancias; mirarla era divisar muy de lejos el invierno. En sus párpados, una persistencia de luciérnagas y en su sonrisa, la eternidad desmayada.

A todas sus virtudes, cierto tiempo después, las tuve derramadas sobre una cama. Nada más suave he probado que el delicado salobre de su vulva; nada más sutil he visto que la agitación de sus pies al gemir.

Suena increíble que aquello que no pudo ser, tenga tan fino encanto. Naufragio no es fracaso. Es una circunstancia no buscada que te impone la vida y que obliga, primero, a aferrarse a algo y, luego, a dar un giro a los eventos. Mientras me aferraba a la esperanza de que aquella me desperezara los sueños… encontré a esta, más justa para mí. Mismo nombre, universo distinto.

Solemos lamentarnos ante lo que resulta mal, lloramos contra esa pared. Pero lo bueno acecha en cada umbral, tuerce los rumbos y establece un nuevo eslabón. Algo debe impedir el paso para llegar, por otro sendero, a lo importante de verdad. La suerte no existe, sólo hay eventos lógicos que no comprendemos.

 

Uno se cree que recorre la ciudad. No. Es la ciudad la que nos recorre.

Por debajo del cemento laten siglos, el cuerpo de mi ciudad tiene venas, las mías; cuando estoy en la penumbra de alguna vereda me siento en simbiosis con Buenos Aires. Con los años, calles y vivencias somos uno. Debajo del cemento, adoquines. Y más abajo aún, el barro inicial; en cada capa ha quedado algo de la historia que caminamos.

Cierro la ventana para olvidar la ciudad. Un cuerpo de bailarina clásica me espera entre blancas sábanas, es decir, me espera la vida.

Litto Nebbia “Sólo se trata de vivir”