Cuatro canciones, un mismo músico.
Cuatro historias de amor.
Un rosario de tiempo
invulnerable.
EN REALIDAD UN ANECDOTARIO…
En nuestra primera cita fuimos a un recital de Silvio Rodríguez.
Recién allí, en las gradas, al estar junto a ella y con la canción “Canto
arena” que nos llegaba desde el escenario, descubrí lo que ella contenía. Hay
mujeres cuya belleza no se abre de inmediato, tarda en aparecer, son las más cautivadoras,
porque si te ganó su simpatía, luego, cuando su sensualidad aparece, estás
perdido.
Con abril en las manos bajábamos hacia el río en nuestro segundo encuentro. El río, que atardecía marrón y eterno, parecía dormir al costado de mi ciudad. Parecía, pero de caudal inevitable marchaba para penetrar sin pausa el mar.
Nos sentamos en el pasto junto a la orilla y ella, a la manera de
Eva, me ofreció una manzana. Luego de comerla y a punto de arrojar lejos el
núcleo con las semillas, me sujetó la mano y me invitó a plantarlo.
-Tal vez crezca -me dijo-, es como hacerle el amor a la tierra.
Me entregué a sus deseos sin saber que me entregaba. Así es como
elegimos: dejando que las cosas pasen.
…
Con el tiempo, no mucho, la semilla dio su fruto: una relación extensa y comprometida.
Llegó por causa lógica, un resultado
natural.
Fue la gota de almíbar en la sábana y el crepitar del fuego en los
atardeceres.
Fueron los inviernos bordándonos el cuerpo con saliva tibia.
Fue la luna en la ventana, justo detrás de su pelo lacio.
Fueron primaveras bajo sus ojos de miel.
Fue el canto frenético de gemidos a dos voces.
Fueron veranos de brisa descalza y otoños de chocolate.
…
Su sensualidad no era desbordante, más bien sutil; joven y elegante sabía vestirse con la ropa justa y así cautivaba: la clase de mujer que recibía halagos aún estando yo a su lado.
Sin embargo era la simpatía su arma más poderosa. Tenía la virtud de meterse en el bolsillo a todos (así decimos los argentinos), charlatana, de risa fácil y de formación cultural desarrollada -esa fue nuestra principal herramienta a la hora de compartir lo cotidiano-.
Artesana de buen gusto sus manos sabían crear, así bordó momentos en mi pensamiento y placeres en mi cuerpo.
…
Nuestra intimidad tuvo márgenes muy particulares. Ella fue creciendo en lo sexual hasta su entrega absoluta, eso nos permitió encontrar juegos eróticos muy variados, indisolubles por la misma naturaleza de la relación. Una noche le pregunté si con sus orgasmos tenía imágenes mentales.
-Algo confusas- me dijo.
-Dame una.
-Azulado, todo de color azul.
A partir de ese momento le pedí, luego de cada gemido final, que me describiera las imágenes que se le presentaban. Y con ellas fui componiendo pequeños poemas.
…
Las aguas crecidas hacen desaparecer las huellas dejadas en la orilla, aunque el río siga eterno allí. No se puede amar con planificación, nadie es dueño de su futuro y, sospecho, que ni siquiera somos dueños de nuestras quimeras. La miel, que es duradera, no es eterna; pequeñas diferencias suelen crecer y lo dulce, sin llegar a lo amargo, pierde el encanto inicial. La razón es un jaguar que se devora toda lógica posible: el alma tiene sus estaciones, cambiantes según el clima corporal.
Los hechos se encadenan de manera extraña. Ella llegó hasta mí -o yo hasta ella- por eventos insólitos que, si no se hubieran combinado de manera casi mágica, no nos hubiéramos encontrado. Y si luego no se hubieran dado ciertas circunstancias que nos llevaron a distanciarnos, no hubiera conocido a aquellas que enriquecieron aún más mi persona. Es la vida.
…
La noche citada me entregó varias imágenes (azulado, alas, línea, estrellas), con ellas escribí:
Azulado gemido, flotado
y eterno.
La tarde lo dio a luz
desde su garganta y lo cobijó
bajo nocturnas alas,
para que se eleve
y se convierta en otro
punto plateado
de entre los trillones del
cielo.
Observo
la oscuridad intensa
y
la lejana fina línea de un mañana.
¿Y
si resulta que las estrellas nacieron
una a una a lo largo de los milenios
con cada gemido de mujer?
SILVIO RODRIGUEZ
"CANTO ARENA"