Enero de todos mis calores, 2022
De mi barrio al tuyo
Hechicera mía:
Con esta tinta y este papel cumplo tu deseo de llegar a vos para conocer de mí lo poco que te queda por conocer: mi letra, hija de mis manos -esas que te gustan no sólo sobre tus zonas, también en los gestos que sobre la mesa de los bares se me da por delinear cuando te cuento mis aventuras por los mares de la mente-.
Sin embargo, algo de mi manera de escribir advertiste ya en tu cuerpo, esa tarde desnuda de sol, en la penumbra de nuestra habitación ocasional, cuando te pedía que adivines los mensajes que sobre tu espalda dibujaba con mi dedo. Digo esto y se me encumbran los anhelos, te pido volvamos pronto a delinear nuestra personal literatura; por favor, que ocurra el mismo día que el cartero deje este manuscrito en tus manos.
Mi recuerdo de la noche de ayer es un bosque denso, fragante; me arrastraste hacia esa bella perdición que resultan los pliegues de tu profundidad y gocé de mi segunda y salobre vida. Tu desliz lento por la vaga blancura de las sábanas elevó los aparejos de mi nave. Y sentí que poner rumbo hacia tu mar interior, era una orden suprema.
Nunca serán exagerados mis elogios. Llegué desde mi noche hasta el alba de tu juventud, con el cuerpo lleno de cicatrices que supiste suturar a beso limpio. Tu lozanía es el remedio justo para mi madurez. ¿Con el plateado de cuantas lunas inventaron tu piel? ¿Bajo qué combinación de planetas y con cuál secreta chispa de los astros fue creada tu silueta?
La distancia que existe entre tus besos y los míos es la misma que la que hay de los míos a los tuyos. Y si algún físico intenta negarlo le tiraremos con algunas manzanas (Newton comprenderá). Viene esto del eco de la sensación que ayer mismo tuve al momento en que, desde cada lado de la mesa, nos enviábamos besos tontos, que son los que más disfruto cuando hay gente cerca mirándonos.
Para algo me sirvió todo lo leído, hiciste que me elevara sobre las baldosas –exactamente once centímetros- al confesarme que te sedujo de mí la preferencia de leer con el libro en la mano, nunca una edición virtual. Vos, que hacés de la lectura un culto bajo el techo de tu habitación, prometiste ahí mismo otro ritual, otra entrega. Sé que allí tus piernas repetirán el sublime acto de la apertura, para recibir mis ganas.
Hechicera mia, sabés cumplir mis deseos y los ejecutas con dulce impiedad.
Me diste vida, aquí y aquí (conocés qué lugar me señalo aparte del corazón).
Siempre yo, el mismo.
Luis Alberto Spinetta
"La miel en tu ventana"