jueves, 24 de marzo de 2022

DIVERTIMENTOS

EL ZAGUÁN

Al final de mi niñez un viejo andrajoso al verme caminar por la vereda me paró y murmuró: te vi muchas veces por el barrio, deberías saber que los brujos han hechizado un zaguán, aunque nadie sabe cuál es; quién lo atraviese cambiará su vida para siempre. Un loco, pensé. Pasaron los años, me recibí de químico, armé mi laboratorio y me enamoré de una chica del barrio. Un atardecer decidió llevarme a su casa y allí conocí, entre licores y café, a sus padres. Llegada la medianoche decidí irme. Justo antes de la puerta de salida -en la penumbra del zaguán- ella se arrodilló y me dio placer. Al salir, algo diferente habitaba mi mente: la calle era la misma, pero yo no. Abandoné mi profesión y con este relato intenté una vida de escritor.

EL ESPEJO

  Alguna vez -en años olvidables- me compré un espejo. En el momento no lo supe, pero poco tardé en comprender que poseía virtudes mágicas. La primera vez que me vi en él nada fuera de lo común ocurrió. Pero al día siguiente, a mi imagen cotidiana se sumó la del día anterior. Así, día a día, se fueron acumulando rostros, uno encima del otro hasta formar una masa deforme espantosa. Decidí tirarlo, ahora me afeito sin mirarme. Las cosas que debo inventar para no aceptar que envejezco.

LA REMERA

  Tenía la costumbre de sacarme la remera de manga corta de una forma determinada. Un día me puse de novio con ella. A la hora del amor me preguntó: ¿por qué te sacás la remera de esa manera? Para darle el gusto empecé a hacerlo de otra manera, como me indicó esa vez. Pasó el tiempo y la pasión. Le sucedió otra novia y a la hora del amor me preguntó lo mismo y me aconsejó hacerlo, para mi sorpresa, como lo hacía antes. Así volví a desvestirme según mi naturaleza. A veces conviene cambiar de novia.

ELLA Y OTRA ELLA

Una mañana de domingo las encontré en la plaza y nos hicimos amigos. Empecé a verlas con frecuencia, juntas. Un día me susurraron al unísono: no te engañes, una de nosotras es real, la otra no. Entonces decidí ponerlas a prueba encontrándome con una a la vez. A Ella le recité el fragmento de una prosa de mis primeros tiempos: “…me he convertido en esa enredadera que no se despega de tu muro; aquí me quedo, junto al balcón de tu escote, a la espera de trepar hasta tu cuello y brotar regado por tu aliento”. Inmediatamente se entregó. A Otra Ella le recité el mismo poema, al finalizar se puso colorada, se infló, se elevó, zigzagueó cerca de las nubes y explotó como fuego artificial iluminando la noche. Así descubrí que ésta era la real.

“Espejo maldito que al fin, duplicó toda su vida…”

Los Tipitos

Campanas en la noche