Es flor, pero de
género propio. Portadora de vida, preciosa en su unicidad, contiene el
privilegio de que ninguna profecía, ningún conjuro llegará para modificarle la
forma, ni el sabor. El olvido es algo más operable en el mundo que
la mutación de su esencia.
Huele a principio. A jazmín, a durazno maduro, a musgo oculto entre rocas
inadvertidas. Cualquier contacto con ella me desparrama el alma; es allí donde
se me disuelven los relojes, donde mis brújulas se pierden. Lo comprueba el
desconcierto en el que caigo al buscar una palabra que la defina.
Brotó quien sabe
desde que misterio, con sol diluido en su carne y vuelo anterior al nacimiento
de la primera mariposa. En degradé su morado vivo deriva capa a capa en un
rosado acuoso; como libro abierto en su mitad ofrece hoja por hoja un mítico
relato sin palabras. Plena de armonía en su rugosidad es el núcleo y la
galaxia, el tallo y el bosque.
Ondulada como mar se
muestra y se esconde en marea grata; se abre como garganta del amanecer,
absorbe como boca de tormenta. Es puerta, es casa; es casa y puerta al mismo tiempo.
Es capaz de transformar un gesto en canción salvaje. Allí es donde
existo, entre sus pétalos. Flor que nació de otra flor me acosa la utopía de
conocer su origen.
Toco, luego
existo. Otoño con canciones. Sol, siesta, placidez de ocaso con bruma de
sueños, brisa entre los dedos. En ella me encuentro con la única eternidad
posible. ¡Que los dioses maestros de mi sensiblería me condenen a la perpetuidad
de su presencia!.
En el óleo impalpable del primer ocaso, plegando de ardor sus alas,
grabaron mil nombres las hadas y en el alma del hombre dejaron un trazo.
Cueva,
vulva, caracola, no sabría cómo nombrarla, tiene el tiempo entre sus labios, es
mar, espuma y ola.
Habita
en todo sueño y, por cada deseo, las nueve lunas de un
parto dan por mueca de facto un baile amanecido, a manera de aleteo.
Como
milagro escondido en el balcón de los poros surge tantas veces nacida, como
tantas son las auroras desde que la vida parió por su escote al sol.
Ángel
o trampa, hada o misterio, es margen del cosmos que arroja sobre la piel
azahares mestizos y un trémulo goteo, de ansiedades y de hechizos.
Y
así, desde el último límite del destino, atravesando las ardidas fronteras del
mundo, esa otra flor trajo hasta mis manos su esencia perfumada, su alimento
sensual.
Y con su palpitar profundo, hombre me hizo.