jueves, 6 de octubre de 2022

EL BAR DE LA VIDA

Aquí, en este bar de sueños imperfectos donde el mañana sabe lejano, busco las musas que habitan esta pluma, para que mi mano crea que es ella la que escribe. Los pocillos cuentan su dulce historia de cafés del encuentro y de amargos aromas del olvido, en cada uno cabe un mar, y en cada mar peces de la conciencia que fermentan destinos entre las mesas.

Junto al vapor de este café se eleva el caballo alado de mi pensamiento. Busco lo perfecto para encontrar lo mejor, pero no es una mujer ideal lo que espero, sino la justa para mí. Lo pagué con tiempo, lo sé, pero estoy orgulloso de no haberme quedado con ese rufián llamado conformismo. Más allá del lugar al que me llevaron las necesidades cotidianas, mi alma quedó sin su par; puse todo de mí y no me arrepiento. Los amores bellos me hicieron crecer, siempre salí de ellos siendo mejor; los amores malos son necesarios para saber dónde uno está parado.

 Tengo en la mente un rosario de luces reas que algún tímido dios del arrabal trajo de un rejunte de universos para desparramarlas sobre la mesa, en el más acá de mis alas.

Si es verdad que existe un Eterno Retorno no quisiera que fuera un círculo perfecto en el que llegado a un punto la vida y el universo se repitan eternamente igual, eso significaría la tortura de saber que no he coincidido nunca con ella en un mismo tiempo. Preferiría que ese retorno tuviera forma de espiral imperfecto, que el regreso a las mismas cosas se diera sin concurrencia absoluta, que en alguna de las vueltas su tiempo y el mío se tocaran. Aunque encontrarla tan sólo me sirviera para decirle lo que siento mirándola a los ojos. Eso sería una realización.

Los seres que transitan por este bar no son héroes ni villanos, son sobrevivientes; la calle es un mar bravío y aquí dentro encuentran una tierra donde alimentarse de silencio: isla salvadora luego del tifón. Serán náufragos nocturnos cuando acudan las sombras, por ahora -con el último brillo de sol- no lo saben.

A veces creo que el tiempo es un invento humano para justificar que todo cambie. Deriva esto en una posible verdad: le llamamos tiempo al hecho de que las cosas se transforman. Un rostro se arruga, tiempo; un árbol crece, tiempo; las agujas del reloj giran, más tiempo.

Esa mentira llamada tiempo me hace pensar que tal vez en algún momento universal la mujer justa para mí dibujaba cisnes en el sur mientras yo escribía mis primeros garabatos en el norte. O quizás yo agonizaba de viejo en un castillo mientras ella nacía al otro lado del mundo. 

 Y así, con la velocidad de un corcel con alas en busca de enlazar historias con alguna eternidad esperada, doy fin a este texto de terquedades con ojeras antes de haberlo comenzado, en realidad un puñado de divagues  alados.

Amontono dentro mío un cúmulo de besos dormidos al tiempo que invento el arte de secar sueños al sol, fatigado de tanta noche bordada con hilos de desvelo. Esto es lo que soy, un hombre frente a una mesa en el bar de la vida.

Bebo mi último café y salgo justo antes de que la noche oculte el brillo del empedrado. Si pudiera reunir en uno solo todos los besos que di y que daré, ese beso sería para ella. Pero no llegó.


Hoy el tema me lo dedico a mi mismo.

Roberto Carlos

“Amante a la antigua”



domingo, 2 de octubre de 2022

FUI LO PROHIBIDO

Un verdadero hombre no deja de recordar agradecido

a las mujeres que le entregaron su cuerpo y su alma.


De los amores que tuve el que aquí relato nació de una comunicación bloguera. Primero una amistad, luego una confesión y finalmente una relación muy pasional. Esta que cuento no es una historia, sino un recorte de ella; porque la vida carece de una trama prolija. Así fue mi relación con Ella, un puñado de momentos alternados dentro de un período de tiempo determinado. Aquí el más valioso de ellos.

Mujer simple, bella persona, buena compañera y muy femenina. Se movía con sigilo entre las cosas; voz amable, suave, cálida. Le gustaba dibujar y escribía poemas de una creatividad notable. Bonita, pelo negro rizado y salvaje; su cara me despertaba ternura, mejillas amplias, gestos  de cierta timidez, ojos negros con ese leve velo de tristeza que define al pensador, al ser sensible ante el mundo. Joven, con la mitad de años que yo.

También en lo sexual era simple. Desde un comienzo fuimos muy confidentes, por eso no tardó en contarme que jamás había tenido un orgasmo a pesar de estar en pareja desde hacía años -la única relación hasta entonces-. Y con el tiempo me confesó que desde un principio sintió que algo distinto vibraba en ella cuando hablaba conmigo, algo que al tiempo describiría como un palpitar en su entrepierna. Y, precisamente por estar en pareja y sentir algo fuerte por mí, es que fui lo prohibido.

A su mismo ritmo, desarrollé una pronta calentura por ella, término justo para definir lo que pasaba durante nuestros encuentros. Me gustaba, esa personalidad de mujer con cierta honesta simpleza y dispuesta a pasiones intensas con quien conquiste su mente, entra en mi tipo de mujer -como se dice comúnmente-.

No tenía en absoluto un perfil de mujer infiel. No era premeditado lo que hacía, eso me gustó, estaba siendo arrastrada por lo inevitable, por el fervor que se gestaba en su cuerpo y mente. Y durante ese tiempo de ingenua infidelidad escapaba de mí como quien huye de un espectro; pero al tiempo regresaba. No dormía bien, yo habitaba sus pensamientos con persistencia, situación que llevó a la separación de su pareja; a pesar de esto seguí siendo lo oculto, lo prohibido, nada comentaba a sus amigas o a su familia, quizás por el temor al qué dirán teniendo en cuenta los muchos años que le llevaba. O por ser introvertida.

A pesar de esos tiempos atormentados para ella, aunque dulces para mí, me regaló un desnudo memorable, lento y sensual, el único que una mujer llegó a dedicarme. Otras se desnudaron delante mío, sí, pero como preludio a un normal episodio amoroso; lo de Ella fue decisión libre y personal, algo que quiso ofrecerme por haberle despertado nuevas sensaciones. A ese acto de entrega voluntaria lo conservo como una de las caricias más intensas que mi ego ha recibido. Las aventuras realmente poderosas son aquellas que enriquecen el alma de sus protagonistas; sentí que esos momentos de nuestra relación eran precisamente una aventura que me mejoraría como hombre... y así fue. Este recorte de la historia duró corto tiempo, pero dejó marcas en mi piel.

La memoria a veces nos hace trampa, sin embargo creo recordar bastante bien su cuerpo nutrido, de buena figura: piel rosada, piernas derechas, espalda y hombros sensuales, hermoso trasero, pezones de un suave morado dentro de pechos que, vistos de frente, sobresalían en semicírculo por los costados. Me gustaba, me hacía bien.

En esos días tuve de Ella la vivencia de la entrega total, absoluta, que no moría en su desnudo voluntario, porque ya sin ropa se recostaba y abría las piernas para llamarme desde el abismo de cielo de su vagina abierta. -Es para vos- me decía mientras sus dedos dibujaban allí una constelación de cinco estrellas, una para cada uno de mis sentidos.

Pensé por entonces que me consideraba sólo como al hombre justo para provocarle lo desconocido: un orgasmo, porque eso daría forma a la necesidad que latía dentro de ella y que se empezaba a manifestar con la fuerza de un volcán. Pude estimularla para que llegara donde necesitaba y pensé que allí finalizaría su interés por mí, pero no, a partir de ese momento comenzó a manifestar expresamente un amor urgente. Y también disfruté eso, es hermoso sentirse amado.

Un recorte de la vida, vertiginoso y de encuentros furtivos. Ella se ofreció con transparencia, con el fin de generar en mí el mayor placer posible; indudable acto amoroso. En un mundo en el que se busca egoístamente la satisfacción propia a cualquier precio o simple conformismo, querer para el otro el máximo placer es una de las manifestaciones de amor más puras que al menos yo pueda reconocer. 

Con Ella no creamos una historia detallada, más bien inventamos espacios alternados de tiempo limitado pero fogoso. Después de todo la felicidad es eso, momentos.

Natalia Lafourcade

“Soy lo prohibido”