Los momentos de mayor intensidad para mí han sido aquellos
en los que estuve a punto de ser aceptado por una mujer.
Esta
entrada habla de eso, pero me resulta difícil
de
transmitir ¿Puede explicarse un atardecer?
Si tanteo el
misterio de un probable lunar tuyo no es para tomar nota, sino
para dibujarte desde mis dedos; y que al pasar mi anhelo por tus pliegues no
deje sin hermanar un solo relieve de tu memoria, claro o terso, intenso o
etéreo en todas las estampas que se te ocurra modelar cuando llegues.
Luego de tu
periplo por mis desvelos no sé si mi piel es la misma, ya no la siento igual.
Ahora falta que mi carne asuma el asombro que dejará sobre estas
orillas el inevitable aroma que en cada tarde, en cada noche, traerás para determinar así mi conciencia cardinal.
¿Dónde se metió el
sol cuando fantasmal amaneciste por el sudeste de mi piel? Porque el brillo que
pintó en mi mente la luna imaginaria de tu mirada no provino de ningún astro
generoso, sino del roce conquistador de tu intuida presencia sobre mis ganas.
¿Te tendré aquí,
sobre el recuadro que mi pecho germina para tu atributo de magnolia al
regalarme bailes nunca antes bailados? ¿Te tendré allí, en el límite que mi
tacto le pone a este dolor que dibuja amores sobre el papel imaginado? Se me da
por guardar para vos un baúl lleno de gestos por venir, con caricias
suspendidas y sueños alados, mi boca aquí, tu boca también aquí, mi aliento, el
tuyo, mi mano, tu mano donde muere el mundo y nacen dragones y hadas...
Gracias por esta
piel, que ardida yace luego de tus suspiros anhelados. La noche sólo le da a
mis pupilas un velo protector sin luz... preciso es el momento de tu arribo
para desbordarme de río lunar plateado, luminoso desde tu redondez de mujer
trayendo brillo al reverso sombrío de mis besos.
Toda historia es
inconclusa desde la no eternidad que nos confina. Pero tenerte en algún febrero
de mi cuarto me mudaría en un dios recién parido, con dones ignotos para lo
humano: saber desplegar alas, recorrer profundidades abisales, agitar los
bosques, crear luciérnagas sin despegarme de mi pequeño mundo en el que
medianoches perennes se pondrán por ropa tu silueta.
Piel y afanes, mis
días; los que nunca serán como fueron desde que vos, luna encandiladora, das
brújula nueva al orientar noches calmas a mi yo navegante. Mi piel aún tiene suburbios no poblados. ¿Qué esperás para concebir aquí jardines,
arrojar por allí pasos, más acá desparramar besos y en aquella esquina
depositar la farolada luz de tu mirada?
Cada noche -al arribar nuevamente a mi soledad- dejo el caballo alado de mis pensamientos en tus manos, para que le des de beber y no muera cristalizado. Aún queda mucha vida por regar y lo que quiero hoy, en mi retorno incansable al puerto donde recala tu nave, es que sea ese contorno tuyo el que florezca en primavera anticipada bajo mis manos, para que ya dejen de ser invernales. Poblame, poblame ya.
...
Esta
canción habla de la ausencia del ser amado. Pero yo la siento
de
otra manera: para mí significa ese momento que acabo de relatar,
el de la inminente llegada de la persona deseada,
pero que aún no está.
Roberto
Goyeneche
“Cuando
tú no estás”