Muchas historias de amor son acompañadas de alguna canción que se hace eterna en el recuerdo de quienes la viven. Y durante la etapa de amor se convierte en algo así como una tercera protagonista. “Casiopea” se integró a mi relación con Ella de manera simbólica y poética. Con esta historia cierro la tetralogía que tuvo como aliadas cuatro canciones de Silvio Rodríguez.
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¿Es posible enamorarse de la vagina de una mujer? Sí, sin dudas, me ha pasado. Si se ama a una mujer es porque se ama su vagina. También lo inverso: si no se llega a amar ese rincón último de su cuerpo -que se descubre recién después de todos los rituales del amor- entonces no puede amarse a su dueña. Es como me ha pasado.
Detrás del vidrio observo la premura del transeúnte bajo la llovizna de este atardecer mientras mis ojos se escapan hacia algunas mujeres que son de mi gusto. Allí van deteniéndose de golpe con sus pies juntos ante los imprevistos charcos, como cuidando la maravilla que poseen entre sus piernas.
Esa maravilla sólo puede ser disfrutada por los hombres que la merezcan; si, ya sé, hoy es fácil conseguir sexo, pero yo hablo de algo superior. Para llegar allí deben ocurrir dos cosas como mínimo: gustar de tal mujer y gustarle a ella. Recién luego vendrá la seducción mutua, los besos, los toqueteos, desnudarse y finalmente acceder a su rincón sublime y secreto cuando ella, por su voluntad, abra las piernas.
Al comienzo de éste, mi primer café aquí en el bar de la vida, veo por encima de las terrazas unas tímidas primeras estrellas de la tarde que me recuerdan una constelación que se hizo íntima y propia: Casiopea. Y el caballo alado de mi pensamiento me lleva a otro rincón del recuerdo.
Ella tenía una vida normal, podría decirse decorosa. Hablaba como quien susurra en el viento y se deslizaba con delicadeza entre los objetos, como si sus pasos quebraran la vida, pero en realidad la enriquecían.
Al conocerme comenzó a crecer en su interior un deseo que, con el tiempo, se hizo poderoso, especialmente cuando intuyó lo que yo sentía por ese rincón sublime de la mujer. Y así surgió, con naturalidad, una manera de relacionar poéticamente su vagina con mis cinco sentidos, con las cinco estrellas de la constelación Casiopea y con su nombre ya que si se trazan líneas entre esas estrellas, la forma que aparece es la de su inicial: M.
La humedad que veo más allá del cristal cubre las veredas; una humedad intensa, visible, copiosa, como lo urgente que le fluía entre las piernas cuando se tocaba para mí. La primera vez le pregunté por qué lo hacía y me respondió: -es mi regalo, porque te gustan las vaginas. Una entrega que se hizo hábito entre nosotros y la disfruté vivamente. La misma delicadeza con que se movía entre los objetos aparecía para ofrecerme el navegar de sus manos por la constelación.
Los detalles son las células del amor; sus dedos en rumbo por las estrellas de Casiopea fue un detalle más en nuestra relación, pero esencial.
Una historia escrita es apenas la piel de la verdadera historia. Por dentro hay mil detalles grandes y pequeños que le van dando una forma imposible de relatar.
¿Puede medirse en distancia un sentimiento de otro, una actitud de otra? ¿Cuán lejos está “esta locura que siento por vos” de “ya no siento así”?
El ser humano es el verdadero enigma. Tuvimos una relación muy pasional, pero nos admirábamos como seres creativos, ella elogiaba mis escritos y yo sus poemas. Y si bien no había planes de eternidad amorosa, el final fue lánguido, con un desgano que llegó lentamente por una confusión insospechada por mí: ella creía que yo tenía otra mujer, buscó entonces desenamorarse y se comprometió con otro. Lo irónico es que yo recién tuve otra relación luego de enterarme de la suya.
Sus manos surcando Casiopea hoy son sólo un recuerdo, con el eco suave del lejano tamborileo de un amor.
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Silvio Rodríguez
“Casiopea”