jueves, 16 de marzo de 2023

LOBO SOY

Este relato es una metáfora.

El encuentro de un hombre maduro

con el amor de una mujer joven.

 

Nací alma curiosa pisando gastados rastros de otros seres; pero vigoroso mi cuerpo mostró en todas sus fibras el juego intenso de la vida.

Salí entonces a retozar bullicioso y excitable sobre los pastos de la algarabía hasta perder entre desacertadas costumbres lo espontáneo de mi reír y así, combatiendo domesticaciones, busqué recuperar lo ancestral de mi sangre y me hice animal salvaje mostrándome dócil encubriendo ferocidad.

El reclamo interior no tardó en aflorar y brotó con fuerza irresistible. Supe detener el tiempo, porque la naturaleza del alma no entiende de relojes y es capaz de inmovilizar la eternidad canjeando minutos por aire. Y ese aire pasó por mis arterias en torrente inevitable llevándose todo lo instalado en mis días, lo superficial, lo caduco de mi mente joven. Radiante y nutrido sentía escaparme de un cuerpo que, aún siendo propio, parecía no responder a tanta pluralidad de impulsos. Y viví como el instinto me lo pedía, arrebatado de pasión, cegado de delicias, pateando fantasmas hasta verlos rebotar por las estrellas.

Por momentos caía a la tierra víctima de algún choque emocional. Pero mi olfato me daba desde allí abajo una pista nueva tras la cual correr con renovado impulso; el poderío de lo ancestral se mantenía vivo en mis sentidos. El resto de la manada no veía la transformación que en mí se operaba y partí, volví, reí, lloré, anuncié, callé, combatí, gané, perdí, viví...

Entonces mi caudal interior aminoró su marcha y desembocó en el lago manso de lo frecuente, dio una última evaporación que luego fue lluvia, y escampó. La brisa calma que devino dejó suaves mareas sobre mi costa adulta y fundé manadas y volví al bosque poblado de cotidianeidades recuperadas. Mi pelo se confundió con la nieve de la montaña y me hice un poco más sabio tomando viejas enseñanzas para devolverlas mejoradas.

Pero algo seguía faltando. Ese ámbito que ofrecía alimentos carecía de un centro energético donde poner a remozar mis pensamientos, y en mí se enlazaban el pasado y el presente con un renovado deseo de perpetuidad. Y la sangre volvió a palpitar en su ritmo más genuino sometiendo los sentidos a la marea de la vida, doblegándome ante ella como junco al huracán.

Y mis ayeres se transmutaron en un solo y único ahora. Vagué perdido por el bosque entre árboles añosos que reclamaban respeto por lo establecido, crucé arroyos de líquido amargo, salté desde altas rocas acumulando dolores, perdí pelaje en riñas con rivales más poderosos y me lamí las heridas solo, oculto en la oscuridad más profunda.

Y cuando ya no esperaba señales un nuevo llamado repercutió en mi alma, al final del sendero una luminosidad diferente estimuló mi naturaleza masculina. Penetré en el claro como en una catedral virgen, todo allí estaba dominado por un resplandor novedoso; por primera vez levanté hacia el cielo nocturno otros ojos, nuevos, alucinados, para descubrirte, brillante, única, con la redondez de los sueños... te vi, así te vi.

Y al verte recordé el error de haber asistido a otros llamados en torpes desencuentros de carne ajena, alimentándome mal, sin entender la savia de tu esencia ni lo sabio de tu ciencia que me venía iluminando en callado mensaje, desde el tiempo en que las mareas te siguen el paso. Tal vez no estaba preparado para verte en todo tu esplendor, pero aquí estoy, con la piel transitada y los caminos transpirados; vacío de impotencias, todo hecho fragor y con más hambre que nunca.

Cuando elevo la vista, los poros se me llenan de cumbres. Una sola altura no me alcanzará para sentirte entera, seré insaciable escalando las montañas del mundo, en busca de tu placer en mi boca y del mío en tus sueños.

Busco ahora en las partículas de tu superficie todo aquello que alimenta asombros, tostando inviernos, condimentando afanes. Y mientras tu naturaleza de mujer danza en ciclo lento por encima de árboles milenarios, al observarte intento comprender aquello que no es religión sino destreza: tu paso por el cielo de mis años atañe a lo virtuoso con filetes de magia. Estoy aprendiendo a conocer la grafía perlada de tu rotación, pura en mil sentidos, lúcida y pensante, atrayente y vestida de soledad.

Mis fauces proyectan la tormenta que arrasará tu llanto universal, no llenes esos mares vacíos con tu propia humedad, dame tiempo para volcar mi agua en ellos. Hoy lanzo mi aullido para que tiembles dejando deslizar tu aislamiento de satén, lameré tu palidez y mi melodía penetrará tus cráteres, aún sin tocarte.

Al borde de mis días, te he encontrado.

Vanidoso mi ego aúlla, lobo soy y tengo luna.