viernes, 14 de abril de 2023

EN EL JARDÍN DE TU PUBIS


Dos años después, me llamó. El móvil me devolvía la misma fresca voz, quería volverme a ver. Me negué, pero le dije que le quedaba agradecido por siempre, que conocerla fue salir de un rincón oscuro.

...

1

Tengo un tejido complejo entre la mente y el corazón, tanto que he quedado varias veces atrapado en la telaraña de la no-felicidad: con tal de llenar vacíos me acomodé en la trampa, error que me llevó al rincón más oscuro de la melancolía. Y allí me encontraba cuando vi una luz que se movía y dirigí la vista.

Con Ella me relacioné porque me gustaron sus piernas. Apenas rellenita, ni alta ni baja, pelo corto y enrulado, ojos pardos y vivaces, sonrisa típica de mujer franca, ocho años mayor que yo.

Seguramente mi descripción sobre la totalidad de su persona tiene un defecto severo: la ausencia de aspectos de su carácter. Ocurre que se me hace complejo definir la personalidad de una mujer simple, de modales discretos; apenas puedo decir que tenía una boca de muecas cristalinas y una mente sin rasgos de ironía ni malas intenciones. Se ubicaba en el rincón de la vida que le tocó con el ánimo dispuesto a lo bueno y acatando lo malo con tolerancia.

Entre sus piernas y sus ojos de mirada como noche limpia, me encontraba yo, mi deseo y mi soledad que, por esos días, era intensa. Ella fue la luz a un costado de la oscuridad, por aquellos años las cuestiones del ánimo y del afecto no me iban bien. Tiempos de soledad, casi al límite de limosnas afectivas.

-Me gustaste por tus ojos tristes- me dijo un atardecer derramado sobre el banco de una plaza, en el que estábamos sentados, con su pierna derecha cruzada sobre la otra, balanceando el calzado en la punta de los dedos. Al ver la intención de mi mirada, se sacó por completo la sandalia y estiró la pierna.

-Para que se alegren tus ojos- me dijo sin picardía.         

Llevábamos un par de meses viéndonos, pero aún sin intimidad. Ella venía de una relación tortuosa que le había dejado un hijo aún pequeño y llevaba tres años sin relacionarse.

-Y para que se alegre mi cuerpo ¿no hay nada? -respondí tontamente.

-Será en tu cumpleaños-.

-¡Pero falta más de un mes! -fue mi queja infantil.

-Si -dijo con la más absoluta simpleza.

Llegado el día, cumplió.

2

Cuando el alma se expande y se hace piel, se gestan picardías más allá del instinto. Lo que digo es simple: lo íntimo es maravilloso y natural, no es novedad, pero hay otras hambres que atender, lo lúdico por ejemplo.

Con Ella frecuentábamos un bar que tenía sillones, pantalla gigante para videos y la penumbra justa. Me gustaba llevarla allí para desarrollar un juego erótico muy preciso. Por esos días estaba de moda la banda The Police y su tema Cada vez que respiras. Cuando aparecía en pantalla y empezaba a sonar acostumbraba a susurrarle y con mi susurro acomodaba su cabeza en mi hombro mientras le aflojaba el botón del pantalón y deslizaba mi mano por su pubis hasta llegar al otro botón, el del placer.

Los sillones estaban uno detrás del otro en fila y de costado contra la pared. Esto otorgaba una mínima reserva y daba cierta emancipación al movimiento de mi mano. A veces Ella llegaba pronto; otras tardaba más, larguísimos minutos durante los que sentía en mi pierna el hendir de sus uñas y sobre el costado de mi cara un creciente aliento.

Cada vez que respiras…

Cada vez que respiras…

Cada placidez que seguía a su gemido final en descarga contenida me dejaba un éxtasis nuevo. Grito silencioso de penumbra bien parida.

3

Ella simbolizó esa luz que me elevó desde el fondo del pozo en un momento muy oscuro, yo me encargaba de que le quede bien en claro, mi agradecimiento era permanente. Pero lo cierto es que a pesar de lo positiva que fue su presencia entre mis cosas no me sentía pleno; no fue un gran amor, solo necesario. Y luego de un corto tiempo perdí la atracción inicial, la miraba y me parecía ajena.

 ¿Cómo se mide el tiempo, por el reloj o por lo vivido? Corta relación pero intensa en pasión. El recuerdo más fuerte que se me presenta es el de aquella vez que tuvimos sexo de pie en el balcón de un quinto piso. Ella de espaldas a la noche con sus ojos en brillo por mí; yo frente a la ciudad dormida.

Tiempo después escribí una prosa poética cuyo borrador conservo:


A ciertas horas de la noche se despliegan por fuerza natural 

alas que durante el día fueron escondidas bajo las alfombras; 

ellas sobrevuelan los patios, los empedrados, las terrazas. 

También las sombras, y los afanes escondidos bajo esas sombras…

Es en mi ciudad el brillo de tu boca de tormenta, la saliva rio 

en las esquinas de tus temblores, tu mirada luz de gas.

Te apremio entre gestos y rumores noctámbulos 

más acá de los techos plateados, al final de tus piernas 

como dos veredas abiertas recibiéndome en el abasto del placer. 

Allí -en ese infinito que da rumbo a mis pasos de viento- 

poso mi apetencia de extramuros con sueños de bulevar.

Voy hacia tu luna proyectada en las baldosas de mi pecho patio, 

dejando atrás faroles bajo los cuales ya nadie silba un tango; 

voy en ritmo acelerado por mis calles empedradas; 

contra tus muros voy gorrión, aljibe, zaguán, reja, cancel. 

Voy trovador urbano a derramarme

en el jardín de tu pubis.

Voy y llego, principio y final. Por vos, porque ahora sé 

que tus piernas, la ciudad y tus ojos son una misma cosa.

...

The Police

"Cada vez que respiras"